domingo, 28 de junio de 2015

Llamar a tu puerta...

Llamar  a tu puerta...

Le he dado por impulso. El impulso que moriría paralizado si la casualidad hiciera que tú y yo nos encontráramos por alguna bonita calle de Granada. Aunque pensándolo bien, ¿qué más da la calle?

Lo primero que he pensado es cómo sería tu mente. Y no te engaño, pues de casas de fachadas bonitas están llenas las ciudades más hermosas. Pero hasta que no abres sus puertas y entras en ellas no percibes realmente el aroma del auténtico hogar. Y ahí, en ese momento, cuando descubres su magia interior, sus rincones y escondites, es cuando te enamoras de ese lugar. Y quieres permanecer en él, quieres disfrutarlo, quieres saberte en casa, quieres cuidarlo, mimarlo, sentirte parte de él. El hogar…

Ese lugar que te conoce, que te ve llorar, reír, cantar, gemir, sentir, vivir. Ese lugar que te arropa en tus inviernos y abre esa bella ventana con la llegada de la primavera, la que siempre llega.


Esa ventana que me paralizó, que hizo que me quedara ahí, quieto, inerte e inmóvil, y que segundos después desencadenó ese impulso, el impulso que hizo que llamara a tu puerta.

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