Nuestro paso por el universo se podría
describir como un simple pestañeo de éste. Y sin embargo, cuán relevante nos
parece nuestra existencia.
Apenas una gota de agua en un inmenso océano de
vida; pero éste no solo compuesto por partículas de agua, sino también por
infinidad de peces de diferentes formas y colores, corales marinos e incluso
sirenas atrapadas entre dos vidas; apenas el sonido de un latir roto por la
ausencia, apenas una inspiración cortada por la añoranza de lo que un día fue y
ya no volverá; apenas el momento que dura el sabor del ultimo beso; apenas el
tiempo de un recuerdo que eriza la piel.
Hacer partícipe a alguien de nuestro paso por
la vida, testigo de nuestra existencia. Un intento irrelevante, una lucha
perdida de antemano, pues el enemigo es el tiempo invencible. Quizás sea este
el motivo de la perpetua búsqueda del amor por el ser humano, la búsqueda del
conjunto, de la unión, de la pareja que presencie nuestra vida, la que sea
testigo de nuestra presencia en el universo.
El enamoramiento es esa etapa necesaria,
evolutivamente hablando, para que dos personas permanezcan juntos el tiempo
suficiente para que la especie se reproduzca; de ahí la duración de ese estado
tan maravilloso en el que la otra persona queda idealizada y es perfecta. El
enamoramiento tiene una duración limitada. Llega para cumplir una misión y
posteriormente sucumbe ante el amor o ante el olvido.
El amor es diferente. El amor es “a pesar de
todo.” El amor es ese sentimiento generado por el afecto, el cariño, la
compasión, la bondad, la honestidad, la confianza. Es ese momento en el que
cierras los ojos y el corazón vibra por la otra persona, a pesar de todo. A
pesar de que la conoces, con sus fallos, sus carencias y sus debilidades. Es el
más bello y profundo de los sentimientos, y el más difícil de generar; pues para
que una relación perdure en el tiempo el amor tiene que llegar antes de que el
enamoramiento fallezca. Y vivimos en un momento que marca tiempos contrapuestos
que impiden o complican la llegada del amor. Aquí podéis ver cómo ocurre esto.
Y en nuestra búsqueda incesante por el amor
existe un enemigo cruel y despiadado que hay que combatir y aniquilar. La
indiferencia.
No es el odio el enemigo del amor, sino la
indiferencia, la trágica indiferencia. Pues nada más castiga a quien anhela amor,
testigo de su existencia. Porque eso significa para
él que no ha vivido, que no ha existido, que su paso por la tierra no ha servido
de nada, ha sido en vano. La indiferencia es un castigo, el peor castigo que se
le puede dar a una persona. La indiferencia es, como diría un amigo, “la
ausencia de sentimientos. Desde la indiferencia nunca se construyó nada bello”.
Pero, ¿qué tiene que ver la indiferencia en
todo esto?
Pues que el amor no debe circunscribirse y
limitarse a las relaciones de pareja. Podríamos expandirnos aún más,
expandirnos frente al universo en forma de amor. No podemos sentir
indiferencia, aunque ésta sea la ausencia de sentimientos, por aquellos quienes
sufren porque así estamos matando el amor, el testigo de nuestra existencia.
Simplemente una teoría…