jueves, 25 de junio de 2015

El instante...

Es ese instante…

Es ese pequeño intervalo de tiempo, fugaz y efímero, al tiempo que eterno e inmortal.


Es ese instante en el que dejo de caminar por el sendero iluminado, el momento que mis pies se detienen sobre la fresca tierra, para caer rendido a los pies de un nuevo día que se apresura. No podré luchar con el tiempo, ¡una vez más el maldito tiempo!; el que me roba el instante, y la vida, el que me regresa a ella; el que absorbe y limpia las lágrimas que parecieron haberse instalado en mis ojos para siempre, las que no me dejaban ver este cielo, las que no me dejaron verte marchar, o quizás, las mismas que hicieron que te fueras.

Ahora vuelven los momentos del vino, de las casas de princesas de cabellos dorados, del aroma de tu piel desnuda, del olor a hogar, a café recién hecho, de los momentos de la calma y la quietud, cuando las nubes del valle se alzan hasta los más alto, disipándose con el tiempo, con ese instante.

Ahora puedo respirarte, brevemente, oír de nuevo la melodía de una sonrisa que ya no se compone para mí, la sonrisa que pareciera haberse quedado en algún lugar del océano que te vio partir.  

Ahora solo contemplo, sigilosamente, intentando engañar al tiempo con mi silencio y mi reposo, intentando robarle un poco de espacio, unos segundos, este instante fugaz en el hoy, e inmortal para siempre. Ahora es ese instante, transitorio y temporal.

Ahora es ese instante…

Fijo la mirada en mi reloj y las manecillas de los recuerdos del ayer parecen haberse ajustado a este momento en el que las noches se solapan, los días se extinguen y tú pareces tú. Ha llegado el instante…






Ese instante, en el que ambos podemos ver la misma luna.

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